Eran aproximadamente las 23:00 pm la noche del 13 de Diciembre de 2009, una noche tranquila de un calor soportable, en la que me encontraba viendo el estado de algunos amigos del Facebook. De un momento a otro mi hermano en un ataque de rabia comienza a mirarnos mal a todos (mama, marido de mama y yo) diciendo que no encontraba su pase del colectivo.
Conociendo las rabietas de mi hermano todos comenzamos a movilizarnos, mama se tenso y comenzó a buscar en los lugares cercanos, marido de mama ya harto de los berrinches de él fue a su habitación a mirar televisión, yo al igual queella me tense y comencé a recorrer los pasos de mi hermano, observando allí donde no observo.
Unos minutos más tarde el marido de mama sale de la habitación comentando los gritos que se podían escuchar en el fondo de mi casa. Mama y yo nos miramos diciendo ¿este está loco?, si alguien gritase, los perros ladrarían. Y no tengo dos perros comunes marca perro, tengo dos schnauzers gigantes que protegen mi fondo de alguna mala visita inesperada, estos, fueron heredados de mi tío quien luego de su divorcio y, aun viviendo en lo de mi abuela, no tiene lugar propio donde ubicarlos.
El marido de mama salió al fondo a escuchar que pasaba… luego de él, mama… y luego yo…
En mi vida escuche algo así, salvo en la televisión.
Resulta ser que en el fondo de mi casa, más precisamente en diagonal a mi patio, de lado izquierdo, vive un mecánico y su familia. Estas personas profesan una religión poco convencional, son Umbandas. Ciertas noches, no podría precisar días exactos, realizan sus rituales. Ya estamos acostumbrados a escuchar los tamborileos de su música característica junto a sus canticos en un portugués inentendible. Algunas veces, antes de comenzar estos rituales, suele escucharse el intenso sonido de una campanilla prolongada a lo largo de eternos treinta minutos, esto significa (y algunos vecinos lo tomamos como que no debemos pasar por ese hogar) que el ritual dará comienzo.
Esta vez no hubo campanilla, esta vez no había ni tambores ni canticos… esta vez solo se escuchaba a una persona. A una persona reír a carcajadas de manera sombría, con una voz gruesa y potente, proferir palabras imposibles de traducir al español actual. Desde las rejas de la puerta del fondo yo lo escuchaba, el cielo estaba oscuro, no había ninguna luz que iluminara este patio, los perros no ladraban, parecía que ese idioma no humano no penetraba sus odios, no lo podían oír. Mi mama y su marido en el medio del patio con un cigarrillo cada uno escuchaban en silencio, al igual que mis perros, al igual que yo.
Parecía la risa del demonio, una risa macabra, de alguien disfrutando el miedo y terror que les generaba a otros, que se les calaba hasta los huesos.
Teniendo la piel de gallina todos decidimos entrar.
Mi hermano encontró su carnet, mi vecino, que parece estar poseso aun sigue riendo, disfrutando de algo, algo sumamente macabro que prefiero no saber… solo imaginar…
A pesar de estar adentro, las risas y las palabras extrañas se siguieron escuchando un rato mas, luego la campana, luego un aletargado silencio. Luego una sirena de ambulancia…
Ahora solo escucho el sonido de las teclas al tipear, solo eso, y prefiero dejar de hacerlo, no hay que provocar a las fieras, a las fuerzas oscuras.
Corremos el riesgo de que el demonio se pueda enojar.